jueves, 29 de noviembre de 2012

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Deja que me rompa, que me ahogue, que me arranque cada escama, que reviente o explote tiñendo toda la calle de cenizas y plumas. Da igual cómo o cuándo lo digas, esta carretera  no sabe mirar atrás, descarrila, se voltea y se choca con el muro que nunca se irguió allí,  donde nunca existió razón, donde siempre caí del balcón. Deja que me cuartee, que me tire del pelo, trenzándolo en remolinos de agua y viento, deja que estire de ellos y me desgarre en un grito atascado en el nudo del corazón, que no quiere salir, que teme la luz del sol, que se ahoga en la garganta como si tú, con tu sonrisa torcida, que tú, con tu calor de estufa, que tú entre palabras escritas, nadaras entre las mareas tempestuosas, como príncipe de película, siempre azul, siempre blanco puro al chocar contra las olas, espuma de satén. No, yo no soy brisa, soy tren sin destino ni vía, soy pecera excéntrica, soy gris fluorescente, hoguera y carbón. Rompo allí donde voy, vuelo si me tiras del colchón, pero no lo siento, no me hiere el golpe del aire al contacto con mi sangre. Déjame llorar, que igual así siento el frio de mi alma escapar con el dolor.