Deja que me rompa, que me
ahogue, que me arranque cada escama, que reviente o explote tiñendo toda la
calle de cenizas y plumas. Da igual cómo o cuándo lo digas, esta carretera no sabe mirar atrás, descarrila, se voltea y
se choca con el muro que nunca se irguió allí,
donde nunca existió razón, donde siempre caí del balcón. Deja que me
cuartee, que me tire del pelo, trenzándolo en remolinos de agua y viento, deja
que estire de ellos y me desgarre en un grito atascado en el nudo del corazón, que
no quiere salir, que teme la luz del sol, que se ahoga en la garganta como si
tú, con tu sonrisa torcida, que tú, con tu calor de estufa, que tú entre palabras
escritas, nadaras entre las mareas tempestuosas, como príncipe de película,
siempre azul, siempre blanco puro al chocar contra las olas, espuma de satén.
No, yo no soy brisa, soy tren sin destino ni vía, soy pecera excéntrica, soy
gris fluorescente, hoguera y carbón. Rompo allí donde voy, vuelo si me tiras
del colchón, pero no lo siento, no me hiere el golpe del aire al contacto con
mi sangre. Déjame llorar, que igual así siento el frio de mi alma escapar con
el dolor.