Cuando el sol se pone y se oscurece la habitación, las sombras rodean mi cama, llenas de pasión.
Las hojas de los árboles, golpean mis ventanas tratando de entrar; muertas de hambre, en busca de calor.
Y de pronto apareces, luna cómplice de mis noches entre las sábanas, luna oculta entre mis piernas, luna traicionera que proyecta y exprime, en mi cuerpo desnudo, el sudor de un guiño y el deseo a flor de piel, escondido entre caricias -no tan- ingenuas.
Luna querida, amiga mía, amante ardiente de mis dedos, vuelca toda tu luz sobre mi alma, desparrama mis sentidos en un fugaz encuentro, en un breve e intenso beso.
Luna bella, luna maestra de deseos, de historias efímeras de amor, siempre eternas entre las estrellas; susúrrame al oído el calor de sus manos, cóseme a lametazos en la espalda el latigazo de su mirada, tira y enrédame en el pelo la intensidad de sus labios, grábame a fuego en cada curva de mi cuerpo el paso de los besos que he soñado que me ha dado, y deja una estela candente, allí donde me ha tocado.
Dile, luna pálida, que muerda mis rodillas, que siento que flaqueo si veo su sonrisa, que recorra entre risas y el humo de un cigarro, la curva de mi cintura, que clavaré mis uñas, en su larga espalda -larga, como un día sin su tacto-, que si me deja, escribiré a besos sobre su cálido cuerpo, el desenfrenado latir de mi corazón, muerto de deseo.
Luna amada, luna alada, tú y yo que llevamos siendo amigas tantas vidas, me permitirás dejar a un lado tanta metáfora y tanto remilgo, amiga mía; sueño con el día que me tome entre sus brazos, y sentir cómo clava, su ardiente mirada en mi espalda, como una ola que rompe contra las rocas, empapando en agua y espuma salada, el pequeño puerto; sueño con perder las agujas del reloj contra la pared de su habitación, y terminar, con agujetas en el corazón.
Pero al final, luna mía, lo único que me queda esta noche, es sal y sudor, en la punta de mis dedos...
Y así, sin darme cuenta, la noche ya se ha acabado, y yo, te sigo pensando.